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Ya con creciente estruendo oírse dejas
Un rumor incesante de talleres,
Y se mezcla á la espiga áurea de Ceres,
Rico vellón de innúmeras ovejas.
Tierra de redención, el inmigrante,
Qué en su terruño escueto
Vivía, ya olvidado de ser hombre,
Á misérrimo afán siempre sujeto.
De nuevo empuje armado,
Halla en tu suelo libertad, respeto,
Y pan, y hogar, y un porvenir y un nombre,
En los revueltos surcos de su arado.
Y ya dueño de sí, fuerte y tranquilo,
En el modesto asilo
Que levantó con manos paternales,
¡Cuál le enjuga el amor la húmeda frente,
Mientras pace el rebaño en la pradera,
Y ríe la esperanza en los trigales,
Donde, al soplo del viento, brotar siente
Como un fresco rumor de primavera!

 Oculto, empero, entre infinitos dones
Cruel peligro te acecha:
Ver tu gran tradición caer deshecha,
Decoro señorial de tus blasones.
La savia que da al árbol su esmeralda,
Y su armoniosa copa al cielo eleva,