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Al sol, techos, collados y campiñas,
De tierna virgen el semblante hermoso;
Ó bien cuando en el plácido sosiego
De noche estiva, el vagabundo paso
Enfrente de las villas deteniendo,
Miro la tierra solitaria, y oigo
En la desierta habitación el canto
Agudo resonar de la doncella
A quien la noche en su labor sorprende,
Muévese un punto á palpitar aqueste
Mi corazón de piedra. Mas ¡ay! pronto
Torna al férreo sopor: que ya es extraña
Al pecho mío la emoción suave.

¡Oh amada luna, á cuyo dulce rayo
Danzan las liebres en la selva; y suele
Dolerse al alba el cazador, que encuentra
Falso, intrincado el rastro, y de las cuevas
Vario error le desvía! Salve, oh reina
Benigna de las noches. Importuno
Entre jarales y desiertas ruinas
Desciende tu fulgor, sobre el acero
Del pálido ladrón, que á la distancia
El rumor de las ruedas y caballos,
Y el golpear de los pies escucha atento
En el mudo sendero; y de improviso
Con el fragor del arma, el ronco acento,
Y la fúnebre boca, el alma hiela
Del caminante, á quien desnudo en breve
Y semi-vivo entre las piedras deja.
Para el vil seductor surge importuna
Tu blanca lumbre en las ciudades, cuando
Va rozando los muros, y la oculta
Sombra siguiendo, y se detiene, y tiembla