Cien veces hizo cosas tan sonoras y grandes
que de águilas poblaron el campo de su escudo;
y ante su rudo tercio de América o de Flandes
quedó el asombro ciego, quedó el espanto mudo.
La coraza revela fina labor; la espada
tiene la cruz que erige sobre su tumba el miedo;
y bajo el puño firme que da su luz dorada,
se afianza el rayo sólido del yunque de Toledo.
Tiene labios de Borgia, sangrientos labios dignos
de exquisitas calumnias, de rezar oraciones
y de decir blasfemias: rojos labios malignos
florecidos de anécdotas en cien Decamerones.
Y con todo, este hidalgo de un tiempo indefinido,
fué el abad solitario de un ignoto convento,
y dedicó en la muerte sus hechos: «¡Al olvido!»
y el grito de su vida luciferina: «¡Al viento!»
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RUBÉN DARÍO
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