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deados de Reyes prosternados.
Por tí es, oh Sion, por quien las selvas de Idumea exhalan sus suaves olores, y brilla el oro en las montañas de Ophir. Mira la bóveda respladeciente de los cielos abrirse para inundarte de su luz.
El sol saliente no durará ya por tí el alba de la mañana, ni comunicará á la luna su plateado resplandor, pues se disolverá en rayos mas vivos que los suyos, y aquel que es la misma luz, será el sol que te alumbre para siempre.
Podrá suceder que se agoten las aguas de los inmensos mares, que los cielos se disipen en hu-
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