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Nada me dijo mi padre que pudiera ofenderme ó causarme el menor dolor.

Me recibió con cariño y despues de darme un beso, me dijo:

—No creas que soy tan duro como te parece, hija mia, te salvo del mayor descalabro que pueda caerte encima y pronto me darás la razon, no lo dudes.

Estas fuéron las únicas palabras alusivas á lo que habia pasado, que oí de sus lábios.

Allí estaban mis cosas y mi pieza tal cual yo las habia dejado. Nada se habia tocado, nada se habia cambiado.

Desde el siguiente dia me hice cargo de mis antiguos quehaceres en todo lo que mi hijo me lo permitia.

Mi padre tenia otro dependiente que habia tomado, pero yo volví á los geroglíficos de mis apuntes que yo sola entendía en los libros, y la casa toda reposó sobre mi cuidado.

Dos dias se pasáron sin tener yo noticia de Arturo, á pesar de la libertad que tenia para escribirme.

Aquello era horrible para mí; no podia habituarme á la idea de que tan pronto me hubiera olvidado.

Aquel hombre debia ser un rematado miserable desde que en su espíritu no habia ni siquiera el sentimiento de la paternidad.

Ahogado todo sentimiento de orgullo, resolví ir á verlo.

Tal vez esto era lo que queria y yo no estaba en sítuacion de imponer.

Dije francamente á mi padre donde iba, y este me contestó que fuese.

—Es preciso que te convenzas por tus propios ojos de que yo te he hecho un servicio no dejándote casar con ese hombre.

Palpa la realidad, hija mia, que algun dia me estarás agradecida.

Yo tomé mi hijo en los brazos y me fuí á casa de Arturo.

El no estaba y su padre me recibió con frialdad y hasta con expresion de estar contrariado.

Esperé y esperé en vano hasta que me cansé.

Viendo que toda espera era inútil, me retiré al fin, pero dejándole dicho que al otro dia volveria y que me esperase.

Volví al otro dia, pero tampoco lo encontré, diciéndome su padre que habia salido con unos amigos, y que generalmente no volvia hasta la hora de acostarse.

Por mas que yo estaba preparada á aquel desencanto, no pude evitar la sofocacion del llanto que me causó aquel desengaño completo, pues Arturo no solo queria significarme que no me quería ya, sinó que hasta se reia de mí haciendo alarde de indiferencia.

¿Quería acaso obligarme de esta manera á que apurase la gestion con mi padre?

Me sentí sin embargo dueña de una energía que no habia sospechado en mí, y me alejé exclamando:

—Está bueno, ya no vuelvo mas aquí, porqué no quiero añadir al abandono la burla.