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Lanza no pudo ménos que estremecerse de placer cuando se encontró en el bote que debia traerlo á tierra, reconociendo en el patron y marineros no solo gente italiana sinó de su propia provincia.

Estos á su vez al reconocerlo en el acento, no quisiéron cobrarle el viaje, lo que era ya la mas estupenda prueba de afecto y desprendimiento en honor de un paisano.

—¿Es esto realmente América ó es una provincia italiana? preguntó Lanza al pisar el muelle.

El paquete famoso donde traia el único equipaje salvado en el naufragio del hotel Vashington, era solicitado en toda especie de dialectos conocidos y desconocidos para él.

Desde el genovés hasta el veneciano y desde el lombardo hasta el boloñés, que es el mas enredado de todos, en todos ellos se le pedia la changuita del equipaje, preguntándole á qué hotel se dirijia.

A qué hotel; este era el problema que Lanza tendria que resolver en el momento, pues era preciso que á algun hotel fuera á parar.

Entre aquel mundo de caras italianas, despues de recorrerlas á todas con una mirada rápida y conocedora, eligió entre ellas la que le pareció mas inteligente.

A ese le entregó el paquete diciéndole que lo llevara á un hotel italiano, pero que no fuera un hotel de lujo, porqué no queria hacer aparato.

—No necesita decir mas, respondió el peon, que era uno de aquellos bachichines andariegos y conocedores de toda la ciudad.

Todo el trayecto del muelle y Paseo de Julio, Lanza lo recorrió con placer infinito.

Le parecia que andaba entre un pueblo italiano.

En los negocios, en los cafés, en la calle, en todas partes en fin, no oia sino hablar italiano y no veia sino costumbres italianas, hasta en la haraganeria clásica de uno que otro lazarone tendido cómodamente en los banco del paseo.

En uno de los fondines por donde pasaba, sintió jugar á la morra y no pudo ménos que detenerse á escuchar las voces del juego y los clásicos juramentos que lo acompañaban.

—Si no supiera que estoy en Buenos Aires, dijo el changador, juraria que estoy en Génova y aun estoy por jurar que allí me encuentro, porqué esto y Génova es lo mismo.

—¡Ya lo creo que es lo mismo! exclamaba alegremente el changador, aquí por el bajo vivimos como en Italia; hay muchos compatriotas!

Lanza estuvo mucho tiempo entretenido en oir las conversaciones y vocingleria de los cafés, hasta que mandó á su peon que siguiera adelante.

—¡Ya tendremos tiempo de pasear la ciudad y conocer sus costumbres!

El peon tomó la calle Corrientes, que pareció á Lanza otro barrio italiano y enfiló hácia el Hotel Marítimo.

El Hotel Marítimo, situado en la calle Corrientes y á cargo