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una que codicia el bienestar que disfruto y procura usurparlo a toda costa, con malos re- cursos. (Quien teme por la fidelidad conyugal y trata de acorazar a su marido, calumnián- dome. Y también las que soslayan sesgada- mente mi vida y mis actos, enconadas por la propia impotencia.
Todas murmuran, “se defienden”, pero ninguna ataca de frente, con valentía. Y cuan- do se me acercan, las más, sonríen.
Mujeres, mujeres, mujeres, me he golpeado el rostro contra las duras puertas, mucho tiempo. Ninguna soledad mayor. Y para na- die tanta angustia.
Hay que defenderse, la vida es eso. Y más aún, es lucha despiadada y cruenta. Pero po- dríamos utilizar armas más nobles.
Yo empiezo a ver. ¡Ah! ¡si hubiese sido po- sible, desde el comienzo!
Sin embargo, muchas de vosotras os ganáis el pan, o lo tenéis cabalmente. Bien sea el temor y la astucia como consecuencia, para defender a toda costa una situación indigente y desesperada. Es malo, pero tiene su lógica. ¿A qué esta batalla absurda por la conquista del hombre, de la situación holgada de un hombre, cuando ese que perseguís no es pro- bablemente el que tiene el amor, mientras vos-