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sillón de cuero, amplio, un tipo como de cin- cuenta años, el físico del “*bon vivant””.
—Señor, he venido a verlo por indicación expresa de un amigo común, me ha dado esta carta, pero yo sé por experiencia que estos son documentos rigurosamente inúti- les, preferiría que me permitiese hablarle con entera franqueza.
—Usted dirá.
—Quiero trabajo señor, necesito trabajo. No tengo exigencias ni pretensiones, algo que me ponga a cubierto de la necesidad, a cubier- to del hambre. No soy inculta, cursé estudios secundarios en un colegio de monjas. Escribo a máquina, hablo francés medianamente, y sobre todo tengo experiencia, buena voluntad y deseo de serme y ser útil a alguien.
—Hijita, habla usted muy bien, se ve que es inteligente, pero créame, yo no sé cómo ayudarla.
—Es fácil, dándome ocupación en sus ofi- cinas.
—No es fácil hijita, no es fácil. Diariamen- te se me presentan cien casos como el suyo, mujeres que piden trabajo, aunque no siem- pre tan simpáticas y tan lindas, eso es cierto.
—Gracias por el halago, a pesar de que no me hace falta, pero dígame ¿por cuáles ra-