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y nadie podrá quitármela. No hay derecho.
—No llore, no se asuste, quizás sea pre- maturo, si llora ahora, después ¿quién se lo paga?
—Señora, disculpe, yo no la conozco, ni me conoce tampoco usted, pero tal vez así, de mujer a mujer, será más fácil comprenderlo.
—¿Qué desea de mí?
—Su apoyo. Paso momentos de angustia económica muy grande. Quisiera trabajo, ne- cesito trabajo. Y esto se lo digo a usted que puede proporcionarlo, que es de mi sexo y consciente. Necesito trabajar, comer, vivir, y deseo ahorrarme, de una vez para siempre la humillación de pedirlo, como si no fuera por derecho, como si se pidiera una limos- na.
—Es afligente. Me ocuparé, vaya tranqui- la, tengo el mejor deseo.
...Pero no alegrarme demasiado, el egoís- mo tiene fáciles palabras para salir de apu- ros.