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—Si, a querernos, a querernos, felices y limpios.
—Sin amargura, sin... ¿Llorás?
—Si, lloro, lloro de indignación, de impe- tencia y de rabia.
¡MISERIA! ¡MISERIA CORRUPTORA Y TREMENDA!
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No, ya no me extorsiona nada, ni el ham- bre. Otra vez he vuelto a escuchar la sucia propuesta. ““Si usted quisiera...” A veces no es con palabras, suelen decirle los ojos y la actitud cuando el temor y un poco de ver- gilenza hacen cerrar los labios.
Para eso todos son bien dispuestos, todos se muestran generosos y compasivos, da gusto.
Pero no señores, no, QUIERO TRABA- JO.
Tuve veinte años una vez. Pesos me die- ron, sí, muchos. Holgura para adormecer mi vergiienza, pero sufrí sola la miseria moral, nadie la compartió conmigo.
¿Que fué, como fué? Talvez la inteligen- cia vigilante, talvez el destino cor su favo- rable encadenamiento, talvez la estructura moral. Pude rampar, hasta el fondo. Ningu- no quiso impedirlo, ni le importaba. Por mis
