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Así estoy embarrando mi juventud. Así se va, en las primeras tormentas, la pureza pri- mitiva del alma. Han comprado con dinero mi inexperiencia. Han acunado mi cansancio en la molicie del lujo. No quiero ojos para ver, oídos para escuchar, ni labios para ¡jus- tificar. Dejadme vivir, así, de éste, de cual- quier modo. Verdad que éste no era el pro- pósito, ni tampoco el sueño. Pero el sueño, el sueño, ¿para qué el sueño?
Alguien amaba a los vagabundos y a las mujeres que cruzan la noche, furtivamente, en las orillas de la ciudad. Alguien amaba con amor inmenso y caritativo, y la noche, y las estrellas y el viento raudo de las calles sabían del gesto amigo y cordial. Rodaba lenta y pausada la luna y el mundo era amplio, her- moso y colmado.
La rada de sus ojos era acogedora y enternecida.
Honda la noche bajo el celeste abrigo del cielo, honda en su pensamiento, y en su sen- timiento, blanda y dulce como la mano ren- dida al amor.
Alguien miraba con ojos compasivos y son- reía a la primavera, tierna y gozosa como una muchacha.
