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Señor, es que al comienzo de mi viaje,
mi cántaro vertiendo, con el agua
que debía beber regué los cardos
y en mi sed bebí lágrimas;
Sefior, es que mi pan desmigajando
hice que hambrientas aves se saciaran,
y tuve que probar silvestres frutas
que amargas me supieron, muy amargas;
Señor, y anduve errante y fui mendiga,
y mis sienes tuvieron por almohada
sólo piedras, que en pago me pidieron
la sangre de cien llagas;
y anduve largo trecho del camino...
y hoy, Señor, ya no lejos de tu casa,
me miro en el espejo de la fuente
y mi imagen apéname mirarla...