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Aspiro suave fragancia:
la madreselva está en flor.
Las flores de madreselva...
¡cuánto me dice su olor!
Pero esta vez, madreselva,
no me detienes. ¡Perdón!
A mi izquierda tengo el patio
de donde viene el rumor
persistente de la lluvia
que mucho he pedido a Dios.
Tampoco esta lluvia, objeto
de tanta, tanta oración,
detiene mi pensamiento
que, caprichoso y veloz,
vuela del libro a la lluvia
y de la lluvia a la flor.
¿Por qué fijarlo no puedo?
¿Tendré yo la culpa? No.
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