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IX
Prólogo.

si no fuera por no alargar este sujeto, quizá te mostrara el sabroso y honesto fruto que se podria sacar, así de todas juntas, como de cada una de por sí. Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar á entretenerse sin daño de barras: digo, sin daño del alma ni del cuerpo, porque los ejercicios honestos y agradables ántes aprovechan que dañan. Sí; que no siempre se está en los templos, no siempre se ocupan los oratorios, no siempre se asiste á los negocios por calificados que sean: horas hay de recreacion, donde el afligido espíritu descanse: para este efeto se plantan las alamedas, se buscan las fuentes, se allanan las cuestas, y se cultivan con curiosidad los jardines. Una cosa me atreveré á decirte: que si por algun modo alcanzara que la leccion de estas novelas pudiera inducir á quien las leyera á algun mal deseo ó pensamiento, ántes me cortara la mano con que las escribí, que sacarlas en público: mi edad no está ya para burlarse con la otra vida, que al cincuenta y cinco de los años gano por nueve mas, y por la mano. A esto se aplicó mi ingenio, por aquí me lleva mi inclinacion, y mas que me doy á entender (y es así) que yo soy el primero que he nove. lado en lengua castellana; que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas estranjeras, y estas son mias propias, no imitadas ni hurtadas: mi ingenio las engendró y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la estampa. Tras ellas, si la vida no me deja, te ofrezco los Trabajos de Pérsiles, libro que se atreve á competir con Heliodoro, si ya por atrevido no sale con las manos en la cabeza: y primero verás, y con brevedad, dilatadas las hazañas de Don Quijote y donaires de Sancho Panza; y luego las Semanas del Jardin. Mucho prometo con fuerzas tan pocas como las mias; pero ¿quién pondrá rienda á los deseos? Solo esto quiero que consideres: que pues yo he tenido osadía de dirigir estas novelas al gran conde de