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Página:Cervantes - Novelas ejemplares, 1883.djvu/24

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Novelas ejemplares.

timente mi señor, que me la has de decir, niña de oro, y niña de plata, y niña de perlas, y niña de carbunclos, y niña del cielo, que es lo mas que puedo decir. Denle, denle la palma de la mano á la niña, y con qué haga la cruz, dijo la vieja, y verán qué de cosas les dice; que sabe mas que un dotor de melecina. Echó mano á la faldriquera la señora tinienta, y halló que no tenia blanca: pidió un cuarto á sus criadas, y ninguna le tuvo, ni la señora vecina tampoco. Lo cual, visto por Preciosa, dijo: Todas las cruces en cuanto cruces son buenas; pero las de plata ó de oro son mejores, y el señalar la cruz en la palma de la mano con moneda de cobre, sepan vuesas mercedes que menoscaba la buenaventura, por lo menos la mia: y así tengo aficion á hacer la cruz primera con algun escudo de oro, ó con algun real de á ocho, ó á lo ménos de á cuatro; que soy como los sacristanes que cuando hay buena ofrenda se regocijan. Donaire tienes, niña, por tu vida, dijo la señora vecina, y volviéndose al escudero le dijo: Vos, señor Contreras, ¿tendréis á mano algun real de á cuatro? dádmele, que en viniendo el dotor mi marido os le volveré. Sí tengo, respondió Contreras, pero téngole empeñado en veinte y dos maravedís que cené anoche: dénmelos, que yo iré por él en volandas. No tenemos entre todas un cuarto, dijo Doña Clara, ¿y pedís veinte y dos maravedís? Andad, Contreras, que siempre fuisteis impertinente. Una doncella de las presentes, viendo la esterilidad de la casa, dijo á Preciosa: Niña, ¿hará algo al caso que se haga la cruz con un dedal de plata? Antes, respondió Preciosa, se hacen las cruces mejores del mundo con dedales de plata, como sean muchos. Uno tengo yo, replicó la doncella; si este basta, héle aquí, con condicion que tambien se me ha de decir á mí la buenaventura. ¡Por un dedal tantas buenasventuras! dijo la jitana vieja: nieta, acaba presto, que se hace noche. Tomó Preciosa el dedal, y la mano de la señora. tinienta, y dijo:

Hermosita, hermosita,
La de las manos de plata,
Mas te quiere tu marido
Que al rey de las Alpujarras.
Eres paloma sin hiel,
Pero á veces eres brava
Como leona de Oran,
O como tigre de Ocaña.
Pero en un tras, en un tris,
El enojo se te pasa,
Y quedas como alfeñique,
O como cordera mansa.
Riñes mucho, y comes poco;
Algo celosita andas;
Que es jugueton el timente,
Y quiere arrimar la vara.
Cuando doncella te quiso
Uno de una buena cara;
Que mal hayan los terceros
Que los gustos desbaratan.
Si á dicha tú fueras monja,
Hoy tu convento mandaras,
Porque tienes de abadesa
Mas de cuatrocientas rayas.
No te lo quiero decir,
Pero poco importa, vaya,
Enviudarás otra vez,
Y otras dos serás casada.
No llores, señora mia,
Que no siempre las jitanas
Decimos el Evangelio;
No llores, señora, acaba.