aborrezca lo que antes se adoraba: este temor engendra en mí un recato tal, que ningunas palabras creo, y de muchas obras dudo: una sola joya tengo, que la estimo en mas que á la vida, que es la de mi entereza y virginidad, y no la tengo de vender á precio de promesas ni dádivas, porque en fin será vendida, y si puede ser comprada, será de muy poca estima: ni me la han de llevar trazas ni embelecos, ántes pienso irme con ella á la sepultura, y quizá al cielo, que ponerla en peligro que quimeras y fantasías soñadas la embistan ó manoseen: flor es la de la virginidad que á ser posible aun con la imaginacion no habia de dejar ofenderse: cortada la rosa del rosal, ¡con qué brevedad y facilidad se marchita! Este la toca, aquel la huele, el otro la deshoja, y finalmente, entre las manos rústicas se deshace: si vos, señor, por sola esta prenda venís, no la habeis de llevar sino atada con las ligaduras y lazos del matrimonio; que si la virginidad se ha de inclinar, ha de ser á este santo yugo, que entónces no seria perderla, sino emplearla en ferias que felices ganancias prometen: si quisiéredes ser mi esposo, yo lo seré vuestra; pero han de proceder muchas condiciones y averiguaciones primero: primero tengo de saber si sois el que decís: luego, hallando esta verdad, habeis de dejar la casa de vuestros padres y la habeis de trocar con nuestros ranchos, y tomando el traje de jitano, habeis de cursar dos años en nuestras escuelas, en el cual tiempo me satisfaré yo de vuestra condicion, y vos de la mia: al cabo del cual, si vos os contentades de mí, y yo de vos, me entregaré por vuestra esposa; pero hasta entónces tengo de ser vuestra hermana en el trato, y vuestra esclava en serviros: y habeis de considerar que en tiempo deste noviciado podria ser que cobrásedes la vista, que agora debeis de tener perdida, ó por lo ménos turbada, y viésedes que os convenia huir de lo que agora seguís con tanto ahinco; y cobrando la libertad perdida, con un buen arrepentimiento se perdona cualquier culpa: si con estas condiciones quereis entrar á ser soldado de nuestra milicia, en vuestra mano está, pues faltando alguna dellas, no habeis de tocar un dedo de la mia.
Pasmóse el mozo á las razones de Preciosa, y púsose como embelesado mirando al suelo, dando muestras que consideraba lo que de responder debia. Viendo lo cual Preciosa, tornó á decirle: No es este caso de tan poco momento, que en los que aquí nos ofrece el tiempo pueda ni deba resolverse: volvéos, señor, á la villa, y considerad despacio la que viéredes que mas os convenga, y en este mismo lugar me podeis hablar todas las fiestas que quisiéredes, al ir ó venir de Madrid. A lo cual respondió el gentil hombre: Cuando