mentos, señor Andres, ni quiero promesas; solo quiero remitirlo todo á la esperiencia deste noviciado, y á mí se me quedará el cargo de guardarme, cuando vos le tuviéredes de ofenderme. Sea así, respondió Andres: sola una cosa pido á estos señores y compañeros mios, y es que no me fuercen á que hurte ninguna cosa por tiempo de un mes siquiera, porque me parece que no he de acertar á ser ladron, si ántes no preceden muchas liciones. Calla, hijo, dijo el jitano viejo, que aquí te industriaremos de manera que salgas un águila en el oficio, y cuando le sepas has de gustar dél, de modo que te comas las manos tras él: ¿ya es cosa de burla salir de vacío por la mañana, y volver cargado á la noche al rancho? De azotes he visto yo volver algunos desos vacíos, dijo Andres. No se toman truchas, etc., replicó el viejo: todas las cosas desta vida están sujetas á diversos peligros; y las acciones del ladron al de las galeras, azotes y horca; pero no porque corra un navío tormenta ó se anegue, han de dejar los otros de navegar: bueno seria que porque la guerra come los hombres y los caballos, dejase de haber soldados: cuanto mas, que el ser azotado por justicia, entre nosotros es tener un hábito en las espaldas, que le parece mejor que si le trujese en los pechos, y de los buenos: el toque está no acabar acoceando el aire en la flor de nuestra juventud, y á los primeros delitos; que el mosqueo de las espaldas, ni el apalear el agua en las galeras, no lo estimamos en un cacao. Hijo Andres, reposad ahora en el nido debajo de nuestras alas, que á su tiempo os sacaremos á volar, y en parte donde no volvais sin presa: y lo dicho dicho, que os habeis de lamer los dedos tras cada hurto. Pues para recompensar, dijo Andres, lo que yo podia hurtar en este tiempo que se me da de vénia, quiero repartir docientos escudos de oro entre todos los del rancho. Apénas hubo dicho esto, cuando arremetieron á él muchos jitanos, y levantándole en los brazos y sobre los hombros, le cantaban el victor, victor, el grande Andres, añadiendo: Y viva, viva Preciosa, amada prenda suya. Las jitanas hicieron lo mismo con Preciosa, no sin envidia de Cristina y de otras jitanillas que se hallaron presentes; que la envidia tanbien se aloja en los aduares de los bárbaros y en las chozas de los pastores, como en palacios de príncipes; y esto de ver medrar al vecino, que me parece que no tiene mas merecimiento que yo, fatiga. Hecho esto, comieron lautamente, repartióse el dinero prometido con equidad y justicia, renováronse las alabanzas de Andres, y subieron al cielo la hermosura de Preciosa. Llegó la noche, acocotaron la mula, y enterráronla de modo que quedó seguro Andres de ser por ella descubierto: tambien enterraron con ella sus alhajas, como fueron silla, freno y cinchas, á uso de los indios que
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Apariencia