¿por euáles quieres que lo diga, repitió Ricardo, si no hay otras que á los ojos por aquí se ofrezcan? Bien tendrás que llorar, replicó el turco, si en esas contemplaciones entras; porque los que vieron habrá dos años á esta nombrada y rica isla de Chipre en su tranquilidad y sosiego, gozando sus moradores en ella de todo aquello que la felicidad humana puede conceder á los hombres, y ahora los ven, ó contemplan ó desterrados della, ó en ella cautivos y miserables, ¿cómo podrán dejar de no dolerse de su calamidad y desventura? Pero dejemos estas cosas, pues no llevan remedio, y vengamos á las tuyas, que quiero ver si le tienen; y así te ruego por lo que debes á la buena voluntad que te he mostrado y por lo que te obliga el ser entrambos de una misma patria, y habernos criado en nuestra niñez juntos, que me digas ¿qué es la causa que te trae tan demasiadamente triste? que puesto caso que sola la del cautiverio es bastante para entristecer el corazon mas alegre del mundo, todavía imagino que de mas atras traen la corriente tus desgracias; porque los generosos ánimos como el tuyo no suelen rendirse á las comunes desdichas tanto que den muestras de estraordinarios sentimientos: y haceme creer esto, el saber yo que no eres tan pobre que te falte para dar cuanto pidieren para tu rescate; ni estás en las torres del mar Negro, como cautivo de consideracion que tarde ó nunca alcanza la deseada libertad: así que no habiéndote quitado la mala suerte las esperanzas de verte libre, y con todo esto verte rendido á dar miserables muestras de tu desventura, no es mucho que imagine que tu pena procede de otra causa que de la libertad que perdiste, la cual causa te suplico me digas, ofreciéndote cuanto puedo y valgo; quizá para que yo te sirva ha traido la fortuna este rodeo de haberme hecho vestir deste hábito, que aborrezco.
Ya sabes, Ricardo, que es mi amo el cadí desta ciudad (que es lo mismo que ser su obispo); sabes tambien lo mucho que vale y lo mucho que con él puedo: juntamente con esto no ignoras el deseo encendido que tengo de no morir en este estado que parece que profeso, pues cuando mas no pueda tengo de confesar y publicar á voces la fe de Jesucristo, de quien me apartó mi poca edad y ménos entendimiento, puesto que sé que tal confesion me ha de costar la vida, que á trueco de no perder la del alma, daré por bien empleado perder la del cuerpo: de todo lo dicho quiero que infieras y que consideres que te puede ser de algun provecho mi amistad, y que para saber qué remedios ó alivios puede tener tu desdicha, es menester que me la cuentes como ha menester el médico la relacion del enfermo, asegurándote que la depositaré en lo mas escondido del silencio. A todas