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Novelas ejemplares.

los mios vivan en perpetuo y doloroso llanto: llégate, llégate, cruel, un poco mas, y enrede tu yedra á ese inútil tronco que te busca: peina ó ensortija aquesos cabellos de ese tu nuevo Ganimédes, que tibiamente te solicita: acaba ya de entregarte á los banderizos años dese mozo en quien contemplas; porque perdiendo yo la esperanza de alcanzarte, acabe con ella la vida que aborrezco: ¿piensas por ventura, soberbia y mal considerada doncella, que contigo sola se han de romper y faltar las leyes y fueros que en semejantes casos en el mundo se usan? ¿Piensas, quiero decir, que ese mozo altivo por su riqueza, arrogante por su gallardía, inesperto por su edad poca, confiado por su linaje, ha de querer, ni poder, ni saber guardar firmeza en sus amores, ni estimar lo inestimable, ni conocer lo que conocen los maduros y esperimentados años? No lo pienses, si lo piensas, porque no tiene otra cosa buena el mundo, sino hacer sus acciones siempre de una misma manera, porque no se engañe nadie sino por su propia ignorancia: en los pocos años está la inconstancia mucha, en los ricos la soberbia, la vanidad en los arrogantes, y en los hermosos el desden, y en los que todo esto tienen la necedad, que es madre de todo mal suceso: y tú, o mozo, que tan á salvo piensas llevar el premio mas debido á mis buenos deseos que á los ociosos tuyos, ¿por qué no te levantas dese estrado de flores donde yaces, y vienes á sacarme el alma que tanto la tuya aborrece? y no porque me ofendas en lo que haces, sino porque no sabes estimar el bien que la ventura te concede: y vese claro que tienes en poco, en que no quieres moverte á defenderle por no ponerte á riesgo de descomponer la afeitada compostura de tu galan vestido: si esa tu reposada condicion tuviera Aquíles, bien seguro estuviera Ulíses de no salir con su empresa, aunque mas le mostrara resplandecientes armas y acerados alfanjes: véte, véte, y recréate entre las doncellas de tu madre, y allí ten cuidado de tus cabellos y de tus manos, mas dispuestas á devanar blando sirgo, que á empuñar la dura espada. A todas estas razones jamas se levantó Cornelio del lugar donde le hallé sentado; ántes se estuvo quedo, mirándome como embelesado sin moverse: y las levantadas voces con que le dije lo que has oido, se fué llegando la gente que por la huerta andaba, y se pusieron á escuchar otros mas improperios que á Cornelio le dije, el cual tomando ánimo con la gente que acudió, porque todos ó los mas eran sus parientes, criados ó allegados, dió muestras de levantarse; mas ántes que se pusiese en pié puse mano á mi espada y acometíle no solo á él, sino á todos cuantos allí estaban; pero apénas vió Leonisa relucir mi espada cuando le tomó un recio desmayo, cosa que me puso en mayor coraje y mayor