abrazos flojos de su anciano marido, con facilidad dió lugar á un mal deseo, y con la misma dió cuenta dél á Leonisa, á quien ya queria mucho por su agradable condicion y proceder discreto, y tratábala con mucho respeto, por ser prenda del Gran Señor: díjole como el cadí habia traido á casa un cautivo cristiano de tan gentil donaire y parecer, que á sus ojos no habia visto mas lindo hombre en toda su vida, y que decian que era chilibí, que quiere decir caballero, y de la misma tierra de Mahamut su renegado, y que no sabia cómo darle à entender su voluntad, sin que el cristiano la tuviese en poco por habérsela declarado: preguntóle Leonisa cómo se llamaba el cautivo, y díjole Halima que se llamaba Mario; á lo cual replicó Leonisa: Si él fuera caballero y del lugar que dicen, yo le conociera; mas dese nombre Mario no hay ninguno en Trápana; pero haz, señora, que yo le vea y hable, que te diré quién es y lo que dél se puede esperar; así será, dijo Halima, porque el viérnes, cuando esté el cadí haciendo la zala en la mezquita, le haré entrar acá dentro, donde le podrás hablar á solas, y si te pareciere darle indicios de mi deseo, haráslo por el mejor modo que pudieres. Esto dijo Halima á Leonisa, y no habian pasado dos horas cuando el cadí llamó á Mahamut y á Mario, y con no ménos eficacia que Halima habia descubierto su pecho á Leonisa, descubrió el enamorado viejo el suyo á sus dos esclavos, pidiéndoles consejos en lo que haria para gozar de la cristiana, y cumplir con el Gran Señor, cuya ella era, diciéndoles que ántes pensaba morir mil veces que entregarla al Gran Turco. Con tales afectos decia su pasion el religioso moro, que la puso en los corazones de sus dos esclavos, que todo lo contrario de lo que él pensaba, pensaban. Quedó puesto entre ellos que Mario, como hombre de su tierra, aunque habia dicho que no la conocia, tomase la mano en solicitarla y en declararle la voluntad suya, y cuando por este modo no se pudiese alcanzar, que usaria él de la fuerza, pues estaba en su poder; y esto hecho, con decir que era muerta se escusarian de enviarla á Constantinopla. Contentísimo quedó el cadí con el parecer de sus esclavos, y con la imaginada alegría ofreció desde luego libertad á Mahamut, mandándole la mitad de su hacienda despues de sus dias: asimismo prometió á Mario, si alcanzaba lo que queria, libertad y dineros con que volviese á su tierras rico, honrado y contento: si él fué liberal en prometer, sus cautivos fueron pródigos, ofreciéndole de alcanzar la luna del cielo, cuanto mas á Leonisa, como él diese comodidad de hablarla. Esa daré yo á Mario cuanta él quisiere, respondió el cadí, porque haré que Halima se vaya en casa de sus padres, que son griegos cristianos, por algunos dias, y estando fuera, mandaré al portero que deje entrar á
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