A D. PEDRO FERNANDEZ DE CASTRO,
En dos errores casi de ordinario caen los que dedican
sus obras á algún príncipe. El primero es que en la carta
que llaman dedicatoria, que ha de ser breve y sucinta, muy
de propósito y espacio, ya llevados de la verdad ó de la
lisonja, se dilatan en ella en traerle á la memoria, no solo
las hazañas de sus padres y abuelos, sino las de todos sus
parientes, amigos y bienhechores. Es el segundo decirles
que las ponen debajo de su protección y amparo, porque las
lenguas maldicientes y murmuradoras no se atrevan á morderlas y lacerarlas. Yo pues huyendo destos dos inconvenientes, paso en silencio aquí las grandezas y títulos de la
antigua y real casa de vuestra Escelencia, con sus infinitas
virtudes, así naturales como adquiridas, dejándolas á que los
nuevos Fidias y Lisipos busquen mármoles y bronces adonde
grabarlas y esculpirlas, para que sean émulas á la duración
de los tiempos. Tampoco suplico á vuestra Escelencia reciba
en su tutela este libro , porque sé que si él no es bueno,
aunque le ponga debajo de las alas del hipógrifo de Astolfo,
y á la sombra de la clava de Hércules, no dajarán los Zoilos, los Cínicos, los Aretinos y los Bernias de darse un filo
en su vituperio, sin guardar respeto á nadie. Solo suplico