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cap.
darwin: viaje del «beagle»

te hemos expuesto las razones que hay para creer en la ampliación de su área meridional. Indudablemente muchas plantas, además del cardo e hinojo, se han naturalizado; así vemos, por ejemplo, las islas inmediatas a la desembocadura del Paraná pobladas de albérchigos y naranjos, brotados de semillas arrastradas allí por el agua del río.

Mientras tomábamos caballos de refresco en la Guardia muchas personas nos acosaron a preguntas sobre el ejército—no he visto nada parecido al entusiasmo por Rosas y el éxito de la «más justa de las guerras, porque se hace contra los bárbaros»—. Esta expresión—fuerza es confesarlo—se halla perfectamente justificada, pues hasta hace poco ni hombre ni mujer ni caballo estaban libres de los ataques de los indios. Hicimos una larga caminata a caballo por la misma llanura, alfombrada de verde césped y abundante en hatos de diversas clases, con alguna estancia aislada aquí y allá, al lado de su árbol ombú. Por la tarde cayó una copiosa lluvia; al llegar a una casa de postas nos dijo el dueño que si no teníamos pasaporte regular debíamos seguir nuestro camino, pues los ladrones abundaban de tal modo, que no era posible fiarse de nadie. Pero cuando leyó mi pasaporte, que empezaba: «El naturalista don Carlos» [1], su respeto y cortesía ilimitados corrieron parejas con los recelos antes manifestados. En cuanto a lo que pudiera ser un naturalista, sospecho que ni él ni sus paisanos tenían la menor idea; pero no por eso perdió mi título un adarme de su valor.


20 de septiembre.—Llegamos a Buenos Aires a eso del mediodía. Las afueras de la ciudad presentaban un aspecto lindísimo, merced a los setos de pita y bosques de olivos, albérchigos y sauces, todos empezan-


  1. En castellano en el original inglés.