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cap.
darwin: viaje del «beagle»

taba desgastada y lisa, como si el animal hubiera frotado el pecho contra ella, y en cada lado había profundas arañaduras, o más bien surcos, que se extendían en línea oblicua cerca de un metro. Dichas señales pertenecían a diferentes épocas. Un medio ordinario de asegurarse de si hay en las inmediaciones algún jaguar consiste en examinar estos árboles. Supongo que este hábito del jaguar es exactamente semejante al que diariamente puede observarse en el gato común cuando, con las patas delanteras tensas y las uñas estiradas, araña las patas de las sillas; y tengo noticia de que los frutales tiernos de un huerto en Inglaterra quedaron medio estropeados por los arañazos de un gato. Un hábito parecido debe de tener también el puma, porque en el terreno duro y sin vegetación de Patagonia he visto a menudo arañazos tan hondos que no podían atribuirse a ningún otro animal. El objeto de tal práctica es, a lo que creo, hacer desaparecer las asperezas de las garras, y no afilarlas, como creen los gauchos. Al jaguar se le mata sin gran dificultad con ayuda de perros que le acorralen y obliguen a encaramarse al tronco de un árbol, donde se le despacha a balazos.

A causa del mal tiempo, la balandra permaneció dos días amarrada. Nuestro único entretenimiento consistía en pescar para comer; hay varías especies, y todas buenas para comer. Un pez que llaman «el armado» (un Silurus) es notable por un chirrido que produce cuando se le pesca con caña y anzuelo, ruido que puede oírse distintamente estando el pez debajo del agua. Este mismo Silurus tiene el poder de asirse fuertemente a cualquier objeto, como la paleta de un remo o el sedal, con la robusta espina de su aleta pectoral y dorsal. Por la tarde tuvimos un tiempo verdaderamente tropical, pues el termómetro marcó 26° centígrados. Enjambres luminosos de luciérnagas surcaban el aire, y los mosquitos molestaban extra-