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cap.
darwin: viaje del «beagle»

tendrá que aprender, como todos los demás estados de Sudamérica, que una república no puede dar buen resultado mientras no haya en ella un fuerte núcleo de hombres imbuídos en los principios de la justicia y del honor.


20 de octubre.—Al llegar a la desembocadura del Paraná, como tenía vivos deseos de llegar a Buenos Aires, desembarqué en Las Conchas, con intención de proseguir desde allí a caballo. Al echar pie a tierra me encontré con la gran sorpresa de que hasta cierto punto era un prisionero. Á consecuencia de haber estallado una revolución violenta, todos los puertos habían sido embargados. Me era imposible regresar a mi navío, y en cuanto a ir por tierra a Buenos Aires, era cosa en que no cabía pensar. Después de una larga conversación con el comandante obtuve permiso para presentarme al día siguiente al general Rolor, que mandaba una división de rebeldes en este lado de la capital. Por la mañana marché a caballo al campamento. General, oficiales y soldados, todos parecían, y creo que en realidad lo eran, grandes villanos. El general, la misma tarde antes de dejar la ciudad se presentó al gobernador, y con la mano puesta en el corazón dió su palabra de honor de que él al menos permanecería fiel hasta el último instante. Me dijo el general que la ciudad estaba estrechamente sitiada y que todo lo que podía hacer era darme un pasaporte para el comandante en jefe de los rebeldes en Quilmes. Por lo tanto, nos fué preciso dar una gran vuelta alrededor de la ciudad, y a duras penas pudimos procurarnos caballos. Mi recepción en el campamento fué perfectamente cortés, pero me dijeron que era absolutamente imposible darme permiso para entrar en la ciudad. Esto me producía gran ansiedad, porque estaba en la creencia de que el Beagle partiría del río de la Plata mucho antes del tiempo en que