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cap.
darwin: viaje del «beagle»

desafiándome a hacer lo propio. A estos anímales se los domestica con mucha facilidad, y así, he visto a algunos cerca de una casa en la Patagonia Septentrional enteramente sueltos. En ese estado son muy atrevidos y atacan fácilmente al hombre, hiriéndole por detrás con ambas patas. Se asegura que el motivo de estos ataques es el celo por sus hembras. Sin embargo, los guanacos salvajes no tienen idea de la defensa, y un solo perro puede sujetar uno de estos grandes animales hasta que llegue el cazador. En muchos de sus hábitos se parecen a las ovejas en rebaño. Así, cuando ven acercarse a algunos jinetes en varias direcciones se aturden al punto y no saben por donde escapar. Esto facilita grandemente a los indios su caza, pues los espantan, llevándolos a un punto céntrico y allí los cercan.

Los guanacos se echan al agua sin recelo; en Puerto Valdés los vi varias veces nadar de una isla a otra. Byron, en su viaje, refiere haberlos visto beber agua salada. También algunos de nuestros oficiales vieron un rebaño que parecía beber el líquido salobre de una salina cerca de cabo Blanco. Se me figura que en varias partes del país, si no beben agua salada, no la beben de ninguna clase. En medio del día se revuelcan a menudo en el fondo de algunas hondonadas. Los machos pelean unos con otros, y un día pasaron dos muy cerca de mí relinchando y tratando de morderse. Entre los que se mató a tiros se hallaron varios con las pieles marcadas por hondas cicatrices. Los rebaños parecen a veces partir en grupos exploradores; en Bahía Blanca, donde hay poquísimos en una faja de la costa de 30 millas de ancha, vi un día el rastro de 30 ó 40, que habían venido en línea recta a un arroyo cenagoso de agua salada. Después, al notar quizá que se acercaban al mar, giraron en redondo con la regularidad de un escuadrón de caballería, y volvieron grupas por la misma senda recta que habían