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río de janeiro

hojas de los helechos y mimosas. Las últimas, en algunos puntos, tapizaban la superficie con un boscaje enano de pocos centímetros. Al andar por estos espesos lechos de mimosas quedaba marcada una ancha huella, producida por el cambio de matiz que se originaba al bajar las plantas mencionadas sus sensitivos pecíolos. Es difícil especificar los objetos particulares que causan admiración en estos grandes paisajes; pero no hay manera de dar idea adecuada de los elevados sentimientos de asombro, sorpresa y arrobamiento que se apoderan del ánimo capaz de apreciar las bellezas naturales.


19 de abril.—Partimos de Socêgo, y durante los dos primeros días volvimos por el camino andado. La marcha era fatigosísima porque la ruta seguía generalmente una cálida llanura arenosa, cercana a la costa. Advertí que cuantas veces mi caballo apoyaba el casco en la menuda y silícea arena se producía un suave ruido chirriante. Al tercer día mudamos de dirección y pasamos por la alegre Aldea de Madre de Deôs. Esta es una de las rutas principales del Brasil; sin embargo, se hallaba en tan mal estado, que ningún vehículo de ruedas podía transitar por ella, a excepción de la pesada carreta de bueyes. En todo nuestro viaje no cruzamos un solo puente de piedra, y los construidos con troncos estaban tan deteriorados que fué preciso dar un rodeo para evitarlos. Todas las distancias son imperfectamente conocidas. El camino pasaba a veces ante cruces, a modo de piedras miliarias, que señalaban los sitios en que se había derramado sangre humana. En la tarde del 23 llegamos a Río, poniendo término a nuestra breve y agradable excursión.


Durante el resto de mi permanencia en Río residí en una casa de campo en la Bahía de Botofogo. Imposible desear nada más delicioso que pasar así algu-