te necesario para explicar la enorme y verdaderamente asombrosa denudación que estas gigantescas montañas han sufrido, aun comparándolas con la mayoría de otras sierras recientes.
Por último, las conchas de Peuquenes, o sierra más antigua, prueban, como he notado antes, que ha sido elevada a 4.200 metros después de un período secundario que en Europa estamos acostumbrados a considerar como poco antiguo; pero puesto que esas conchas vivieron en un mar de moderada profundidad puede colegirse que el área hoy ocupada por la Cordillera debe de haber estado sumergida a varios miles de pies—en el norte de Chile, hasta unos 6.000—, en términos de haber permitido acumularse en el lecho en que las conchas vivían la gran masa de estratos submarinos. La prueba es la misma que la empleada para demostrar que en un período muy posterior al en que vivían las conchas terciarias de Patagonia debe de haberse efectuado una sumersión de varios centenares de pies y una elevación subsiguiente. Cada día se arraiga más en el ánimo del geólogo la convicción de que nada, ni el mismo viento que sopla, es tan inestable como el nivel de la corteza terrestre.
Haré solamente otra observación geológica: aunque la cadena del Portillo es aquí más alta que la de Peuquenes, las corrientes que desaguan los valles intermedios se han abierto camino al través de la primera. El mismo hecho, en mayor escala, se ha observado en la línea oriental y más elevada de la Cordillera boliviana, por la que pasan los ríos; una cosa análoga ha sucedido en otras regiones del mundo. Lo cual tiene explicación en el supuesto de la elevación gradual y subsiguiente de la línea del Portillo, porque al empezar a realizarse debió de aparecer una cadena de islas, y al paso que éstas se elevaban, las mareas debieron de ahondar y ensanchar constantemente los canales intermedios. En el día de hoy, aun en las bahías más