combustible la raíz de una pequeña planta rastrera; pero hizo una hoguera tan miserable que apenas nos alivió del frío intenso con que el viento nos traspasaba. Como estaba tan cansado a causa de mis excursiones, preparé la cama tan pronto como pude y me eché a dormir. A eso de la medía noche observé que el cielo se había súbitamente encapotado; desperté al arriero para preguntarle si amenazaba mal tiempo, y me dijo que mientras no tronara y relampagueara no había peligro de una gran nevada. El que se ve sorprendido por el mal tiempo entre las dos grandes sierras, corre inminente peligro de perecer, del que difícilmente escapa. El único lugar de refugio es cierta cueva: Mr. Caldcleugh, que pasó por aquí en este mismo día del mes, estuvo detenido en ella durante algún tiempo por una espesa nevada. No se han construído en este paso, como en el de Uspallata, casuchas o casas de refugio, y, por lo mismo, durante el otoño el Portillo es poco frecuentado. Debo observar aquí que dentro de la Cordillera principal nunca llueve, pues en verano el cielo está sin nubes, y en invierno nieva solamente.
En el lugar en que dormimos el agua hervía necesariamente a temperatura más baja que en otros puntos menos elevados, por la disminución de la presión atmosférica, sucediendo precisamente lo contrario que en la marmita de Papín. Por eso, las patatas, después de haber hervido durante varias horas, se quedaron tan duras como estaban. Se dejó el pote al fuego toda la noche, y a la mañana siguiente se le hizo hervir de nuevo; pero ni aun así se cocieron las patatas. Lo supe por haber oído a mis compañeros discutir la causa; después de mucho dar vueltas al asunto, llegaron a la conclusión de que el «maldito pote (que ahora era nuevo) no quería cocer patatas».
22 de marzo.—Después de tomar nuestro almuerzo