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cap.
darwin: viaje del «beagle»

manantiales a la costa, que sirvieron a los españoles para descubrir los sitios en que había agua dulce. Cuando desembarqué en la isla Chatham no pude imaginar que animal alguno siguiera tan metódicamente unas rutas como las que vi, perfectamente trazadas. Cerca de las fuentes era un espectáculo curioso contemplar a los enormes quelonios avanzando unos con el cuello extendido y regresando otros después de haber ingerido su ración de agua. No bien la tortuga llega a la fuente, cuando, sin hacer caso de ningún espectador, sepulta la cabeza en el agua hasta encima de los ojos, y bebe ávidamente a grandes tragos, a razón de 10 por minuto. Los habitantes dicen que cada quelonio permanece tres o cuatro días en las cercanías del manantial, y que después regresa a los terrenos bajos. Pero discrepan en cuanto a la frecuencia de estas visitas. Las tortugas las regulan probablemente según la clase de alimento que toman. Sin embargo, es cierto que dichos animales pueden vivir aun en aquellas islas donde no hay otra agua que la procedente de unos cuantos días de lluvia al año.

Tengo por un hecho bien comprobado que la vejiga de las ranas actúa como un depósito para la humedad necesaria a su existencia, y lo propio debe de ocurrir con las tortugas. Por algún tiempo después de su visita a las fuentes tienen las vejigas urinarias distendidas con el líquido, que, según dicen, decrece gradualmente en volumen y se enturbia. Los isleños, cuando caminan por las tierras bajas y se ven acosados de sed, se aprovechan a menudo de esta circunstancia y beben el contenido de que están llenas las vejigas; en una tortuga que vi matar, el líquido era enteramente límpido y sólo tenía un ligero amargor. Sin embargo, los habitantes beben siempre primero el agua del pericardio, que se asegura ser la mejor.

Cuando las tortugas se encaminan deliberadamente a un punto, viajan noche y día, y llegan al término de