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archipiélago de los galápagos

que sea fácil obligarlos a retirarse a una punta de tierra que avance sobre el mar, donde antes se dejarán coger de la cola que arrojarse al agua. Nunca dan señales de querer morder, y si se los molesta mucho vierten una gota de cierto líquido por las fosas nasales. Varias veces lancé uno, tan lejos como pude, a un profundo charco que había dejado la marea al retirarse; pero invariablemente regresó en línea recta al sitio donde yo estaba. Nadó cerca del fondo con gracioso y rápido movimiento, y de cuando en cuando se ayudaba de las patas para avanzar por el ondulado fondo. En cuanto llegaba a la orilla, pero estando aún bajo el agua, intentaba ocultarse en los matojos de algas o se metía en alguna hendedura. No bien creyó pasado el peligro, se encaramó sobre las secas rocas y se alejó tan aprisa como pudo. Varias veces cogí a este mismo lagarto, forzándole a seguir una ruta que terminaba en el mar, y no obstante poder nadar y bucear, nada fué capaz de moverle a entrar en el agua; y tantas veces como le arrojé a ella, otras tantas volvió de la manera antes descrita. Tal vez esta aparente estupidez pueda explicarse por la circunstancia de no tener este reptil enemigos de ningún género en la línea de la costa, mientras que en el mar debe ser presa de los numerosos tiburones. De ahí probablemente que, solicitado por un instinto fijo y hereditario de que la playa es un sitio de seguridad en cualquier contingencia, propende a refugiarse en ella obstinadamente.

Durante nuestra visita (en octubre) vi poquísimos individuos de esta especie y ninguno que tuviera menos de un año, a lo que creo. De tal circunstancia, colijo que probablemente no había comenzado la época de la procreación. Pregunté a varios isleños si sabían dónde ponían los huevos; me dijeron que no sabían nada sobre su manera de propagarse, aunque habían visto muchas veces los huevos del lagarto de tierra;