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cap.
darwin: viaje del «beagle»

landés, aunque sea en broma, lo devolverá indefectiblemente, y de ello vi un ejemplo con uno de los oficiales del Beagle. Al presente, con el progreso de la civilización, han disminuído mucho las guerras, excepto entre algunas tribus del Sur. He oído una anécdota característica que tuvo lugar hace algún tiempo en el Sur. Un misionero halló a un jefe y a su tribu preparándose para una campaña; los fusiles estaban limpios y brillantes, y las municiones preparadas. El pastor les predicó largamente sobre la inutilidad de la guerra y el poco motivo que había para hacerla. El jefe vaciló en su resolución, dando muestras de dudar; pero al fin se le ocurrió que tenía un barril de pólvora en mal estado y se le echaría a perder dentro de poco. Esta circunstancia se interpretó como un argumento incontestable en pro de la necesidad de declarar inmediatamente la guerra; ni por un momento era posible admitir la posibilidad de dejar que se estropeara tanta cantidad de excelente pólvora, y esto zanjó la cuestión. Los misioneros me contaron que mientras había vivido Shongi, el famoso jefe que estuvo en Inglaterra, el móvil principal de todas las acciones era el afán de guerrear. La tribu por él acaudillada había sufrido durante mucho tiempo la opresión de otra procedente del río Támesis, uno de los de la isla. Los hombres juraron solemnemente que cuando sus muchachos llegaran a mozos y contaran con fuerzas bastantes tomarían venganza de aquella vejación. Cumplir este juramento fué la razón que determinó el viaje de Shongi a Inglaterra, y mientras estuvo allí no pensó en otra cosa. No consideró como de valor sino los regalos que podían convertirse en armas, y la fabricación de éstas fué lo único que le interesó. Estando en Sydney, Shongi, por una extraña coincidencia, se encontró con el jefe enemigo de río Támesis en casa de míster Marsden; allí se trataron con toda cortesía, pero Shongi dijo a su contrario que cuando regresara a Nueva