CAPÍTULO XIX
12 de enero de 1836.—Por la mañana temprano una ligera brisa nos llevó hacia la entrada de Puerto Jackson. En lugar de presentarse a nuestros ojos una región verdeante, salpicada de hermosas casas, encontramos una línea recta de farallones amarillentos, que nos recordó las regiones más desoladas de la costa de Patagonia. Unicamente el faro, construído de piedra blanca, que se alzaba en un sitio solitario, nos indicó la proximidad de una ciudad grande y populosa. El puerto, después de entrar en él, parece magnífico y espacioso, y está rodeado de una costa agria, cuya roca es una arenisca de estratificación horizontal. El país, casi del todo llano, cría una vegetación arbórea de plantas ralas y enanas, que anuncian esterilidad. Penetrando en el interior se ve que mejora la calidad de la tierra: hermosas villas y deliciosas quin-