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islas keeling

las masas de coral vivo, en que se estrella el oleaje del mar libre. En algunas quebradas y cavidades hay bellísimos peces verdes y de otros colores, siendo también admirables las formas y tintas de muchos zoófitos. Es excusable el entusiasmo al hablar del infinito número de seres orgánicos que pululan en el mar de los trópicos, tan pródigo de vida; pero debo confesar que, a mi juicio, los naturalistas que han descripto en páginas bien conocidas las grutas submarinas, adornadas de innúmeras bellezas, se han complacido en usar un lenguaje algo exuberante.


6 de abril.—Acompañé al capitán Fitz Roy a una isla situada en la cabecera de la laguna; el canal era en extremo intrincado, culebreando entre campos de corales de delicado ramaje. Vimos varias tortugas, y dos botes ocupados en pescarlas. El agua era tan diáfana y poco profunda que, si bien las tortugas desaparecían en el primer momento sumergiéndose, sin embargo, una canoa o bote de vela no tardaba en darles alcance, llegando al lugar en que se ocultaban. Al punto uno de los pescadores, de pie en el extremo de proa, se zambullía rápidamente y caía sobre el caparazón de la tortuga, asiéndola por la concha del cuello con ambas manos; luego tiraba, ayudado de los otros, hasta vencer la resistencia del quelónido y asegurarlo bien. Era interesantísimo ver los dos botes en sus idas y venidas, mientras los pescadores sumergían la cabeza cuanto era posible, esforzándose por asir su presa. El capitán Moresby me comunica que en el Archipiélago Chagos, en este mismo océano, los naturales se valían de un horrible procedimiento para arrancar el espaldar a las tortugas vivas. «Cóbrenlo de carbones encendidos, con lo que la concha exterior se dobla hacia arriba; luego la desprenden con un cuchillo, y antes que se enfríe la prensan fuertemente entre dos tablas. Ejecutada esta bárbara operación, dejan que el animal