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chile central

de sus patas, dedos provistos de uñas apropiadas para escarbar, membranas nasales y alas cortas y arqueadas, este ave parece relacionar hasta cierto punto los zorzales con el orden de las gallináceas.

La segunda especie (o P. albicollis) es afín a la primera en su forma general. En el país le llaman «tapaculo», nombre fundado en la costumbre que tiene de llevar la cola, no ya derecha, sino doblada sobre el dorso, hacía la cabeza, dejando al descubierto la parte posterior. Abunda mucho y frecuenta las partes bajas de los setos y arbustos dispersos en las colinas y montañas yermas, donde apenas otra ave alguna puede existir. Por la clase de alimentación que prefiere, modo de salir bruscamente de los matorrales para volver a ellos al punto, afición a ocultarse, repugnancia al vuelo y arte de construir el nido, se parece mucho al turco, pero su forma no es tan ridícula. El tapaculo goza fama de astuto; cuando alguien le asusta, permanece quieto en el fondo de un arbusto, y al poco tiempo se escabulle, sin hacer ruido, por el lado opuesto. De ordinario se mueve sin cesar de un sitio a otro, cantando de una manera variada y extraña; unas veces imita el arrullo de las palomas; otras, el gorgoteo del agua, y otras produce unos sonidos imposibles de describir. La gente del país dice que muda de canto cinco veces al año, según el cambio del tiempo, a lo que creo [1].

Dos especies de picaflores o colibríes son comunes en el país: el Trochilus forficatus habita en un espacio de más de 2.500 millas, por toda la costa occidental, desde la seca y calurosa región de Lima hasta las sel-


  1. Es notable que Molina, no obstante describir minuciosamente todas las aves y animales de Chile, ni una sola vez mencione este género, cuyas especies son tan comunes y sorprendentes por sus hábitos. ¿Andaría perplejo en su clasificación y creería, por tanto, que el silencio era lo más prudente? He aquí un ejemplo de la frecuencia de las omisiones por autores en los asuntos que menos podría esperarse.