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cap.
darwin: viaje del «beagle»

que las ondulaciones habían seguido exactamente la dirección Este-Oeste, pero otros creyeron que había procedido del Sudoeste. Por aquí se ve lo difícil que es a veces precisar con certeza la orientación de las vibraciones. Sin grandes esfuerzos logré mantenerme de pie, pero el movimiento me trastornó casi la cabeza; fué algo parecido al bambolearse de un barco de babor a estribor cuando choca de costado con una pequeña ola, o, mejor aún, la impresión fué como la que se siente al patinar sobre hielo delgado cuando éste cede al peso del cuerpo.

Un terremoto fuerte destruye en un instante nuestras asociaciones más inveteradas; la tierra, verdadero emblema de solidez, se mueve bajo nuestros pies como una delgada costra sobre un flúido; un segundo de tiempo ha engendrado en el ánimo una extraña idea de inseguridad, que no hubieran producido largas horas de reflexión. En el bosque, como la brisa movía los árboles, sólo sentí temblar la tierra, pero no vi los demás efectos. El capitán Fitz Roy y algunos oficiales estaban en la ciudad al ocurrir la sacudida, y allí la escena fué más emocionante, porque aunque las casas, por ser de madera, no cayeron, oscilaron con brusco y violento vaivén, crujiendo las tablas y chocando unas con otras. La gente se precipitó a buscar la salida, dando gritos de suprema alarma. Todos estos pormenores concomitantes son los que engendran el horror del terremoto, sentido por cuantos le han presenciado sufriendo sus efectos. En el interior del bosque fué, sin duda, un fenómeno interesante, pero de ningún modo terrorífico. El flujo del mar fué afectado muy curiosamente. La gran sacudida ocurrió en la hora de bajamar, y una vieja que estaba en la playa me dijo que el agua subió en breves intantes, pero no en grandes olas, a la altura de pleamar, volviendo luego al punto a recobrar su propio nivel; así podía verse patentemente en la línea de arena mojada. Esta misma