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carlos r. darwin.

hecho como una prueba elocuente de que todas descienden de un antecesor comun dotado de las mismas cualidades; y obrando en consecuencia, las agrupan á todas en una misma especie. El mismo argumento puede aplicarse con mucha más fuerza á las razas humanas.

Como es improbable en alto grado que los numerosos puntos de semejanza que existen entre las diferentes razas humanas, ya en la conformacion corporal, ya en las facultades intelectuales (no aludo aquí á la semejanza de costumbres), hayan sido adquiridos de una manera independiente, hemos de admitir que han debido ser heredados de antecesores que poseian tales caracteres, se este modo logramos formarnos una idea aproximada de los primeros estados por que ha pasado el hombre, antes de extenderse poco á poco por toda la haz de la tierra. No es dudoso que su propagacion por las reglones entre las que media una considerable distancia de mar, ha debido preceder á la adquisicion de la divergencia de caractéres que ofrecen las diversas razas; á no ser así algunas veces encontraríamos una misma raza poblando continentes distintos, de lo que no se ha dado caso alguno. Sir J. Lubhock despues de haber comparado entre sí las artes que practican hoy los salvajes en todas partes del mundo, indica entre ellas las que el hombre no podia conocer cuando por primera vez se alejó del lugar de su aparicion sobre la tierra; ya que una vez conocidas, no se pueden olvidar jamás. De esta manera demuestra que «la lanza, que no es más que una prolongacion de la extremidad del cuchillo, y la maza, que es tan sólo un martillo exagerado, son las únicas armas que se han conservado.» A pesar de esto, admite que probablemente se habria descubierto ya en aquella remota época el arte de encender fuego, porque es comun á todas las razas existentes,