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porque se despertase en aquel corazon muerto una pasion real y sentida por Clemencia, eso no era po sible: cenizas no levantan llama! Pero ese hombre para quien la vida habia perdido todos sus prestigios, todos sus goces, todo su interés, todo su valor, todas sus excitaciones, habia hallado en Clemencia el solo ser que sobrepujaba por instinto á toda su adquirida aristocrácia intelectual; la sola mujer que con su gracia, á la vez aguda é infantil, su saber y su inocencia, su inteligencia de primer órden y sus sentimientos de alta esfera, su poesía de corazon', y su sensatez en la vida práctica, le atraia, le interesaba, le entretenia, le sorprendia; en fin, habia logrado lo que no otra, llenarle.

¡Extraña anomalía! El impulso que sentía hácia Clemencia, y el deseo de reconciliarse con ella, llevó á Sir George, el escéptico, el positivo el estóico y desdeñoso, hasta el punto ridículo de hacer los estremos de un héroe de novela: rondó la calle de Clemencia noches enteras, escribió carta sobre carta, se fingió malo, obsequió á D. Galo con un par de pistolas de Manton (el regalo más inútil del mundo); pero todo fué en vano y se estrelló contra la resolucion, que despues de un íntimo convencimiento, habia inspirado su sano juicio á Clemencia.

Sir George se hacia ilusion, ó queria hacérsela; de que esos estremos eran hijos de un sentimiento vivo y vigoroso, y pulsaba con ánsia su corazon por ver cómo latia; pero era en vano! la cuerda de ese CLEMENCIA.

TOMO II. 15