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COLÓN

presa temeraria, aunque tome el Conde sobre su conciencia el cargo de hacerle decir lo que no dijo, y en la ceguedad de la cólera olvide los rudimentos de la urbanidad y la cultura. Ni al historiador insigne hacen mella los insultos, ni á la patria ennoblecida con sus obras, tocan los tiros de la reticencia.

¿Por qué ha de mortificar á nadie que no juzgue Roselly gloriosa la bandera que tremoló en Garellano, en Pavía, en San Quintín y hasta en Rocroy? ¿Qué importa á la poesía castellana el desprecio de quien no sabe leerla?

Los hidalgos maltratados, que comiendo garbanzos en cazuelas desportilladas, sueñan con la vajilla de oro de Moctezuma ó de Atahualpa, responderánle que hidalgos pobres fueron Hernán Cortés y Pizarro, y que no iban á tomar aires tropicales, por lo general, los ricos-homes, porque en este mundo se afana cada cual por lo que no tiene; honra, distinción, dinero... ó garbanzos. Investiguen ellos, si quieren, por qué se afana tanto el Conde de Roselly, aunque, á fuer de hidalgos, no desciendan á devolver diente por diente las injurias recibidas; aquí se vuelve tan solo, como es justo, por el insig-