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Introduccion.

ras que les tiraban. Por las espaldas de Jerusalen, entre dos torres, estaba hecha una casa de paja, harto larga, á la cual, al tiempo de la batería, pusieron fuego, y por todas las otras partes andaba la bateria muy recia, y los moros, al parecer, con determinación de ántes morir, que entregarse á ningun partido. De dentro y de fuera andaba el combate muy recio, tirándose unas pelotas grandes, hechas de espadañas, y alcancías de barro secas al sol, llenas de almagre mojado, que al que acertaban parecia que quedaba mal herido y lleno de sangre, y lo mismo hacian con unas tunas coloradas. Los flecheros tenian en las cabezas de las viras unas bolsillas llenas de almagre, que doquiera que daban parecia que sacaban sangre: tirábanse también cañas gruesas de maiz. Estando en el mayor hervor de la batería, apareció en el homenaje[1] el arcángel San Miguel, de cuya voz y vision, así los moros como los cristianos, espantados, dejaron el combate é hicieron silencio. Entonces el arcángel dijo á los moros: «Si Dios mirase á vuestras maldades y pecados, y no á su gran misericordia, ya os habria puesto en el profundo del infierno, y la tierra se hubiera abierto y tragadoos vivos; pero porque habeis tenido reverencia á los Lugares Santos, quiere usar con vosotros su misericordia y esperaros á penitencia, si de todo corazon á él os convertís; por tanto, conoced al Señor de la Majestad, Criador de todas las cosas, y creed en su preciosísimo Hijo Jesucristo, y aplacadle con lágrimas y verdadera penitencia;» y esto dicho des- apareció.»

Las palabras del arcángel produjeron el efecto negado á las armas, porque los moros reconocieron su error, é hicieron señal de paz. Envió el Soldan un parlamentario con carta para el Emperador en que se reconocia vasallo suyo; y recibida, se acercó el Emperador á la ciudad, cuyas puertas encontró ya abiertas: á ellas salió el Soldán á recibirle y prestarle vasallaje. Tomóle el Emperador de la mano, le llevó adonde estaban el Papa y cardenales, delante del Sacramento, y allí dieron todos gracias á Dios por tanta merced. Lo más singular de este simulacro fué su remate. Traia consigo el Soldán muchos al parecer moros, pero que no eran sino indios adultos, prevenidos al intento, los cuales pidieron el bautismo al Papa, y fueron luego allí mismo real y verdaderamente bautizados. Solo las circunstancias especiales de la época y del país hacian posible ese fin de fiesta, que dudo se haya visto en otra parte.

Puesto feliz término al simulacro con la victoria fingida y la re-

  1. Esto es, «en la torre del homenaje;» la que estaba en el centro de la fortaleza.