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En tal caso les sería mejor sufrir de los Romanos cualquier aventura, que no morir atormentados a manos de aquellos a quienes solían dar la ley."

XXXII. A esto respondió César: "que hubiera conservado la ciudad, no porque lo mereciese, sino por ser ésa su costumbre, caso de haberse rendido antes de que el ariete golpease la muralla; pero ya no había lugar a la rendición sin la entrega de las armas; haría, sí, con ellos lo mismo que con los Nervios, mandando a los confinantes que se guardasen de hacer ningún agravio a los vasallos del pueblo romano." Comunicada esta respuesta a los sitiados, dijeron estar prontos a cumplir lo mandado. Arrojada, pues, gran cantidad de armas desde los muros al foso que ceñía la plaza, de suerte que los montones de ellas casi tocaban con las almenas y la plataforma, con ser que habían escondido y reservado dentro una tercera parte, según se averiguo después, abiertas las puertas de par en par, estuvieron en paz aquel día.

XXXIII. Al anochecer César mandó cerrarlas, y a los soldados que saliesen fuera de la plaza, porque no se desmandase alguno contra los ciudadanos. Pero éstos de antemano, como se supo después, convenidos entre sí, bajo el supuesto de que los nuestros, hecha ya la entrega, o no harían guardias, o, cuando mucho, no estarían tan alerta, parte valiéndose de las armas reservadas y encubiertas, parte de rodelas hechas de cortezas de árbol y de mimbre entretejidas, que aforraron de pronto con pieles (no permitiéndoles otra cosa la falta de tiempo), so-