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En todo esto hay esplendidez y exuberancia de imaginación, pero mucho desorden y confusión de ideas «reflejando su autor en alto grado, como dice uno de sus compatriotas, sus descollantes dotes de poeta, á la par que los desvíos de su fecunda inventiva, que visiblemente necesitaba de la disciplina saludable de las reglas del arte».

Andrade ha tomado el mito griego, por el lado pintoresco y filosófico, al mismo tiempo, y se complace en asombrarnos ya con la salvaje y áspera energía de las maldiciones que lanza Prometeo, ó nos deleita con la suavidad delicada y etérea del coro de las Oceánidas.

Pero su originalidad reside en la incomparable belleza del estilo, manejando los temas sobrehumanos de este cuadro gigantesco con admirable maestría.

Empieza el poema con esta valiente estrofa:

Sobre negros corceles de granito
A cuyo paso ensordeció la tierra,
Hollando montes, revolviendo mares,
Al viento el rojo pabellón de guerra
Teñido con la luz de cien volcanes,
Fueron en horas de soberbia loca,
A escalar el Olimpo los Titanes.


El canto A Víctor Hugo es otra de las obras celebradas de Andrade. Esta composición ha sido muy encomiada por sus bellezas, que las tiene en abundancia, aunque se noten en ella, algunos pensamientos é imágenes exageradas, sin contar las frecuentes asonancias.

Tiene por tema la misión del poeta en la humanidad, flagelador de tiranías y corrupciones, sacerdote y profeta:

Para enseñar el horizonte abierto
Y bendecir los nuevos derroteros.


A pesar de los lunares indicados, llama la atención en esta poesía, como en todas las demás, el vigor de la frase, la opulencia de la rima y esa profusión de espléndidas imágenes con que el poeta presenta los pensamientos y las sensaciones que dominan su espíritu.

Es el canto A San Martin, una de sus obras de más aliento, no sólo por la índole del poderoso pensamiento que la preside, sino también por el desenvolvimiento que ha sabido imprimirle. Muchos poetas han cantado con éxito esas épocas y las salientes personalidades que las llenaron con sus hazañas, sus virtudes, y sus sacrificios, pero quizá ninguno levantó la musa lírica á tanta altura como el autor del canto que nos ocupa.