El joven Rawson, poseía el alma delicada de un evangelista; era puro de sentimientos, idealista, intuitivo, y enamorado de la libertad como un girondino. Amaba todos los progresos y todas las bellezas, porque poseía el talento necesario para comprenderlas y admirarlas.
Grandes debieron ser por lo tanto las torturas morales pasadas por aquel joven que llegaba a esta metrópoli, enmudecida por el terror, buscando que hablara la ciencia para ilustrarse, nada menos que en vísperas del famoso año 40, cuando el delirio criminal de Rozas horrorizó a la república, después que la hubo sumido en el absolutismo más brutal y despiadado.
Pero también resultóle año de recuerdos imperecederos y emocionantes, por que las alas de la gloria rozaron su frente juvenil. Rawson tenía, en aquella época, tan solo 19 años y estudiaba física con el jesuíta Padre Gomila, cuando un día de clase sobre electricidad, tuvo la clarovidencia, adivinó por decirlo así, la posibilidad de trasmitir el pensamiento, a grandes distancias, mediante la corriente eléctrica, o lo que es igual, descubría el principio científico del telégrafo, cinco años antes que lo hiciera Morse, llamando sus facultades deductivas, la atención de aquel virtuoso maestro que tuvo mucho que pensar, como él mismo lo dijera, con la ocurrente inspiración del discípulo.
Dejemos la narración del acontecimiento al mismo doctor Rawson, quien lo hizo desde Roma el 28 de Enero de 1878, en larga e interesantísima