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LECTURAS VARIADAS 355

120.

El perro sarnoso.

Venía, a veces, flaco y anhelante, a la casa del huerto. El pobre andaba siempre huído, acostumbrado a los gritos y a las pedradas. Los mismos perros le enseñaban los colmillos. Y se iba otra vez, en el sol del medio día, lento y triste, monte abajo.

Aquella tarde, llegó detrás de Diana. Cuando yo salía, el guarda, que en un arranque de mal corazón había sacado la escopeta, disparó contra él. No tuvo tiempo de evitarlo. El pobre perro, con el tiro en las entrañas, giró vertiginosamente un momento, en un redondo aullido agudo, y cayó muerto bajo una acacia.

Platero miraba al. perro fijamente, erguida la cabeza. Diana, temerosa, andaba escondiéndose de uno en otro. El guarda, arrepentido quizás, daha largas razones. No sabía a quién, indignándose sir: poder, queriendo acallar su remordimiento. Un velo parecía enlutecer el sol; un velo grande, como el velo pequeñito que nubló el ojo sano del perro asesinado. Abatidos por el viento del mar, los eucaliptos lloraban más reciamente, en el hondo si- lencio aplastante que la siesta tendía por el campo de oro, sobre el perro muerto.

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ.

« Platero y yo. »