406 ISONDÚ
143.
Las dos doncellas.
Cinco leguas de la ciudad de Sevilla está un lugar que llama Castiblanco, y en uno de muchos mesones que tiene, a la hora que anochecía entró un caminante sobre un hermoso cuartago extranjero : no traía criado alguno, y sin esperar que le tuviesen el estribo, se arrojó de la silla con gran ligereza. Acudió luego el huésped (que era hombre diligente y de recato), mas no fué tan presto que no estuviese ya el caminante sentado en un poyo que en el portal había, desabrochándose muy apriesa los botones del pecho, y luego dejó caer los brazos a una y otra parte, dando manifiesto indicio de desmayarse. La huéspeda, que era caritativa, se llegó a él, y ro- ciándole con agua el rostro, le hizo volver en su acuerdo; y él, dando muestras que le había pesado de que así e hubiesen visto, se volvió a abrochar, pidiendo que le diesen luego un aposento donde se recogiese, y que, si fuese posible, ¡ue e solo. Díjole la huéspeda que no había más de uno en toda la casa, y que tenía dos camas, y que era forzoso, si algún huésped acudiese, acomodarle en una. A lo cual respondió el caminante que él pagaría los dos lechos, viniese o no huésped alguno; y sacando un escudo de oro, se lo dió a la huéspeda con condición que a nadie diese el lecho vacío. No se descontentó la huéspeda de la paga, antes se ofreció de hacer lo que le pedía, aunque el mismo deán de Sevilla llegase aquella noche a su casa. Preguntóle si quería cenar, y respondió