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68 ISONDÚ

a todos sus compañeros, y poco después oyó los gritos de agonía que exhalaban los náufragos al ser atacados por feroces tiburones.

Cuando todo quedó en silencio y se creía que la tri- pulación entera había perecido, vieron a un marinero del buque náufrago que hacía esfuerzos por alcanzar el bote.

Se veía que aquel hombre estaba extenuado de- fa- tiga; se sumergió un momento y volvió a aparecer ya muy cerca; entonces una de las mujeres gritó : « ¡Sal- vadle! ¡Oh, salvadle es mi marido! »

El bote tenía y demasiada carga y era imposible traer una persona más.

El joven Russell, aquel joven lleno de vida, que la suerte había elegido para librarle de la muerte, miró rápidamente a la mujer, a sus hijitos, al padre luchando desesperadamente con las olas, y algo más lejos los siniestros tiburones.

¡Una idea de sublime abnegación pasó por su mente! Abnegación tanto más rara, cuanto que se producía en favor de personas para él casi desconocidas.

En un instante se le vió ponerse de pie, lanzarse al mar y ayudar al náufrago a entrar en el bote, donde le dejaba su sitio.

«¡Dios te bendiga! » fué el grito que partió de todos los labios; pero nadie se imaginó que aquel acto llegaría hasta el sacrificio.

Hijos míos, leed con atención, pensad que el joven era libre y que nadie habría podido dirigirle el menor reproche si no hubiera salvado a aquel hombre; más aún, él era responsable de la salvación del bote, puesto que era el jefe; todo esto tenedlo bien presente, para que podáis sentir y comprender lo grandioso de su sacrificio.