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CRÓNICAS
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calcula su derrota y los puntos donde necesita tomar carbón (porque Long sabía, exactamente, las toneladas que llevaba cada buque en sus carboneras), coloca escuchas en su camino y cruceros en Martinica, Guadalupe, St. Thomas, Cabo Haitien, Mola de San Nicolás y canales de la Mona y del Viento. Y si la escuadra española pudo llegar a Santiago burlando tan exquisita vigilancia, culpa no fué del Hon. Long, sino del almirante Sampson, que desobedeciendo o interpretando a su capricho las órdenes recibidas, malgastó su tiempo y sus municiones frente a San Juan, contribuyendo a que, a través del cable, se oyeran en Martinica los cañonazos disparados a los castillos del Morro y San Cristóbal.

Fondea en Santiago la escuadra de Cervera; Sampson no lo sabe; Schley nada ve, y sin embargo, el secretario de Marina de los Estados Unidos, sentado en su poltrona y con un fajo de cables ante sus ojos, pasa revista a los buques españoles anclados en aquel puerto cubano el 19 de mayo. Y con telegrama tras telegrama avisa, dirige, amonesta, empuja y sólo diez días después, el 29, consigue que sus naves de guerra bloqueen al almirante español.

Sin los trabajos y las vigilias del secretario Long, Cervera, saliendo de Santiago de Cuba, hubiera echado anclas al abrigo de las formidables baterías que protegían la ciudad de la Habana o, lo que es más probable, regresado a España.

Tales fueron los hombres que durante la guerra hispanoamericana, en Madrid y en Washington, tuvieron a su cargo la inmensa responsabilidad de la guerra por mar.

Remolcador Wompatuck.