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Página:Crónica de la guerra hispano-americana en Puerto Rico.djvu/24

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A. RIVERO
 

trega de la plaza, toda vez que ni el general Ortega era hombre capaz de realizar actos dolorosos a que no estaba obligado, ni los generales americanos, caballeros intachables, pensaron jamás en exigirlo.

El teniente coronel Rockwell y el autor de este libro, a las doce menos cuarto del día 18 de octubre de 1898, salimos del Parque de artillería, ambos de uniforme, y bajando por la calle de la Cruz nos situamos en la plaza Alfonso XII, frente a la Intendencia; allí tuvo lugar la ceremonia de izar la bandera de los Estados Unidos, y solamente llevamos nuestras manos a las gorras cuando sonó el himno de Wáshington, mientras la tropa, allí formada, hacía los honores reglamentarios.

Por más de sesenta días acompañé al teniente coronel Rockwell y muchas veces al capitán Reed, por castillos, fosos, almacenes y galerías de minas. Una mañana me dijo el primero:

—Capitán, yo creo que sus servicios serían muy convenientes a mi Gobierno; ¿me permitiría usted recomendar a Wáshington que le mantengan en su empleo?

—Coronel—le contesté—, estas bombas que llevo al cuello son aún bombas españolas. ¿Qué respondería usted si alguien le propusiese cosa igual?

—Perdone, capitán; en mi deseo de serle útil, he cometido una ligereza; pero sí aceptará que yo le pague su trabajo: ¿cuánto le paga a usted el Gobierno español?

—Nada; estoy en situación de supernumerario sin sueldo.

—No admito que nadie trabaje sin que le paguen su trabajo; yo me ocuparé de eso.

—Gracias, coronel; las leyes militares me prohiben aceptar su oferta.

El teniente coronel Rockwell no insistió, y en adelante fuimos amigos cordiales; era un brillante jefe, conocedor profundo de la ciencia de la artillería y de sus últimos adelantos; un correcto caballero y de ilustración poco común. Sin embargo, lo encontré algo pueril cuando, frecuentemente, me preguntaba acerca de cisternas con aguas envenenadas o por minas cargadas y a punto de estallar.

* * *

El 17 de octubre, veinticuatro horas antes de cesar la soberanía española en Puerto Rico, presenté mi renuncia de catedrático, lo que me fué concedido según acredita el siguiente documento: