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A. RIVERO
 

bres y caballos rodaban por tierra a cada momento; el cansancio, rayano en desesperación, se apoderaba de los soldados, y por esto, el teniente coronel Puig, y para llegar al pueblo de Adjuntas en la fecha que se le había fijado, sacrificó su impedimenta, incluso las mochilas de la tropa, que quedaron abandonadas en la cuneta del camino [1].

Poco después, aquel jefe, me dijo: «Colorado, estoy perdido; seguramente, en Peñuelas he dejado los telegramas en que el general Macías me ordenaba esta desastrosa retirada (y en el último de los cuales señalaba el itinerario); retirada que hago por disciplina y contra mi voluntad; ¡corra a Peñuelas!, registre la Casa-Alcaldía, donde pasé la noche, y tráigame esos papeles.»

Sumamente impresionado, y a todo galope, llegué a Peñuelas; registré por todas partes, y no pude encontrar los deseados telegramas; seguramente, el teniente coronel los había perdido por el camino [2]. Regresé a Mata de Plátanos, y cuando mí jefe supo la noticia, mostró gran pesadumbre y guardó silencio.

Siempre bajo la lluvia, que nos calaba hasta los huesos, continuamos hacia arriba; hambrientos los soldados y chorreando agua los uniformes, llegamos a media cuesta, cuando, súbitamente, sonó una descarga de fusilería, que no causó bajas. Se registraron todas las malezas y el enemigo no fué encontrado; seguramente, se trataba de alguna pequeña partida de las que hostilizaban el flanco de las tropas. Allí, entre el fango, en pleno camino, vivaqueamos, pasando la noche sin comida y sin fuego. Puig no pegó los ojos, y estaba sereno, aunque muy preocupado. Al salir el sol, al siguiente día, reanudamos la marcha, llegando al pueblo de Adjuntas a las once de la mañana; después de algún descanso, y cuando el Jefe y Oficiales comenzaban a reorganizar la tropa, vinieron algunos hombres del campo, avisando que desde Ponce avanzaba fuerza americana. Seguidamente, evacuamos el pueblo, ocupando en las afueras posiciones ventajosas, donde se hizo alto y se preparó todo para recibir al enemigo, enviando exploradores montados hacia la dirección indicada. Una hora más tarde, regresaron éstos, negando el rumor.

Entonces continuamos hacia la ciudad de Utuado, siempre entre chubascos, llegando allí por la tarde, donde dormimos, y, al siguiente día, muy de madrugada, bajamos para Arecibo, cuya población alcanzamos en una sola jornada. La columna, después de combatir veinticuatro horas sin descanso ni comida, acababa de cruzar toda la Isla de Sur a Norte, en plena estación de lluvias, sin bagajes y sin provisiones. El teniente coronel Puig, durante el camino, iba enviando a sus casas a los pocos voluntarios que le seguían. Ya muy cerca de Arecibo, salieron a recibirnos muchas personas, una banda de música, comisiones de la Cruz Roja y varios jefes y oficiales, entre ellos el teniente coronel Ernesto Rodrigo, enemigo personal de Puig, a quien después de saludar ceremoniosamente, hizo entrega de un telegrama.

Este telegrama, firmado por el coronel Camó, jefe de Estado Mayor, disponía, en nombre de S. E., que entregase el mando al teniente coronel Rodrigo, y ocupase,

  1. Este abandono de mochilas fué el cargo más formidable que el coronel Camó hizo al teniente coronel Puig.
    En la guerra el factor único y valioso es el soldado, y si para salvar la vida de uno solo fuera preciso abandonar las mochilas de todo el regimiento, éste abandono estará justificado. —N. del A.
  2. Estos telegamas, algunos de los cuales figuran en el texto, meses más tarde pudo descifrarlos de las intas telegráficas originales el oficial de Comunicaciones Reinaldo Paniagua y Oller.—N. del A.