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A. RIVERO
 

Schwan, como un hombre de gran valor y carácter. Estos escuchas estaban bien montados y acompañaron a la brigada durante toda la marcha, rindiendo los más importantes y eficientes servicios; tres de ellos fueron arrestados como espías entre Mayagüez y Las Marías, por oficiales españoles, y con mucho trabajo escaparon de ser fusilados. Solamente estuvieron en prisión algunos meses, en San Juan, y cuando la Comisión de evacuación obtuvo su libertad, los Estados Unidos les reembolsaron sus haberes devengados durante el tiempo de cautividad.

La noticia de que nos íbamos a encontrar cara a cara con las fuerzas españolas cundió rápidamente entre los hombres y levantó más entusiasmo que el producido por el champaña. Nadie, en adelante, se quejó del calor, y cuando más tarde comenzó a llover, tampoco hubo protestas; ninguno volvió a mirar a las ambulancias vacías, ni tampoco se murmuró de la rapidez de la marcha.

Esa tarde yo iba en la avanzada, y cuando supe lo que nos esperaba, antes de la puesta del sol, estudié a mis hombres, con viva curiosidad, para poder juzgar de sus emociones ante la probabilidad de un combate cercano.

La mayor parte, en mi pelotón de artillería, eran muchachos o poco más, y sin excepción reclutas con menos de seis meses en las filas. Era de presumir que se mostrarían preocupados ante probabilidades tan poco satisfactorias; pero nunca estuvieron más alegres y dispuestos, al menos en apariencia. Frases de broma salían de labios de todos, con fantásticos cálculos sobre ascensos, en caso de que nuestros oficiales muriesen a la primera descarga.

Hasta los caballos eran tratados con gran cariño, porque cada hombre esperaba algún servicio de ellos en la primera ocasión. Ninguno dio a su camarada instrucciones acerca de su madre o de su novia por si llegaba el caso de morder el polvo. Por mi parte, me hallé tan ocupado recordando las cadencias de un vals que había bailado algunos meses antes, que no pude pensar sino en la belleza de su estribillo o, tal vez, en los ojos de ELLA; además, no es juicioso temerle al demonio hasta que se esté al alcance de sus uñas.

Cerca de una tienda, en el camino principal, y donde éste es flanqueado por dos haciendas de caña, la caballería de vanguardia fué tiroteada, sin efecto, por los exploradores enemigos [1] ocultos tras un vallado y a lo largo del camino de Hormigueros; fácilmente fueron dispersados.

La infantería y avanzadas que habían pasado este punto, aprovecharon toda ventaja que les ofreciera el terreno para ofender, con sus fuegos, al enemigo.

La caballería Macomb tomó por el camino de Hormigueros, cruzó el Rosario por el puente de hierro, volvió a bajar hacia el Oeste y siguió a cubierto por el desmonte de la vía férrea, alcanzando una posición más allá de un puente de madera.

Hasta aquí la interesante narración, en un todo ajustada a la verdad, del sargento Stephen.

Cuando el capitán Macomb, con sus jinetes, guiados por Mateo Fajardo, tomó el camino hacia Hormigueros, los guerrilleros se batieron en retirada, incorporándose a

  1. Era la guerrilla voluntaria mandada por el capitán Juancho Bascarán. Esta fuerza era conocida con el sobrenombre de los sucios, por no tener más que un uniforme y éste completamente destrozado.—N. del A.