trosa retirada, único borrón que en aquella guerra, unos pocos pusi ánimes, arrojaron sobre la limpia historia del Ejército español.
El teniente coronel Burke describe los sucesos que siguieron, de esta manera:
Ellos (los españoles) no creían que pudiéramos llegar con nuestra artillería hasta aquel punto en tan poco tiempo; cuando escucharon el estampido de los cañones desde las montañas, se aterrorizaron de tal manera que, abandonados de sus nervios perdieron armas y equipos, y aun muchos se rindieron más tarde con las armas cargadas en la mano; como resultado del encuentro hicimos 53 prisioneros (sin incluir al coronel, un teniente coronel y un teniente) y cerca de 10.000 cartuchos de Máuser y Remington; cinco soldados españoles fueron enterrados en lugar vecino, y yo no puedo fijar el número de heridos, porque muchos siguieron para Lares.
El general Schwan añade:
Nuestro fuego desmoralizó a los casi hambrientos soldados españoles, y su retaguardia, cuando menos, se desorganizó, escondiéndose en los montes. Una compañía que bajó al río, regresó a las diez de la noche con cuarenta y tantos prisioneros, un número de animales de carga, etc.
A la mañana siguiente yo tenía listas, para seguir la persecución, dos compañías de infantería, la caballería Macomb y dos cañones, cuando llegó la orden de suspender las hostilidades. No troops ever suspended with a worse grace [1].
Dos testigos oculares.—Por el tiempo en que acontecían los sucesos reseñados en este capítulo, era alcalde de San Sebastián Manuel Rodríguez Cabrero, persona de gran prestigio y alta mentalidad. El 13 de agosto, a las once de la mañana, se oyeron distintamente en aquella población estampidos de cañones, y más tarde ruido de fusilería; eran los ecos del combate que se estaba librando a orillas del río Guasio. Poco después llegaron algunos campesinos informando que tropas españolas habían vadeado dicho río, con dirección a Lares; pero que una parte de la retaguardia, que permanecía en la margen izquierda, era atacada por artillería americana desde la loma de la Maravilla.
Inmediatamente el alcalde. Rodríguez Cabrero, dispuso que los doctores Cancio y Franco, ambos pertenecientes a la Cruz Roja de la localidad, marchasen con toda urgencia al lugar del combate, provistos de sus botiquines y ostentando las insignias de dicha Institución; al mismo tiempo tomó otras medidas necesarias y movilizó todo el material hospitalario de que disponía, en previsión de que llegasen heridos al pueblo.
San Sebastián estaba guarnecido por una compañía de voluntarios al mando del capitán Arocena, fuerza que permaneció inactiva, tal vez por carecer de instrucciones.
Los doctores mencionados, a caballo y con sus botiquines de campaña, marcha-
- ↑ Nunca una tropa suspendió sus operaciones con tan pésima suerte.—N. del A.